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Luego de haber lidiado con aquel infectado, decidí salir a silenciar al perro de los del tercero. El cabrón estaba mudo de momento, pero era sólo cuestión de tiempo hasta que atrajera a una legión de cadáveres al edificio.
Cogí a mi mejor amiga y compañera la linterna, un cuchillo afilado de la cocina y me dispuse a abandonar la seguridad de mi hogar. Giré las llaves en la cerradura lo más lento que pude y abrí la puerta de a poco, esperando que en cualquier momento una mano putrefacta apareciese desde la oscuridad. Pero no había nadie en el rellano.
Sólo hay tres pisos por planta en este edificio, y los de la mía están vacíos. Gonzalo y su familia partieron hacia al sur hará unas tres semanas… espero que hayan llegado. El otro piso está vacante, el dueño llevaba intentando alquilarlo desde hace meses.
Como decía, la oscuridad del pasillo me rodeo por completo. La linterna podía iluminar lugares en concreto, pero mis alrededores eran “agujeros negros”. Mi mente identificaba como peligroso todo aquello que no estuviese iluminado y el corazón me palpitaba con fuerza.
Otra puerta más, la que daba a las escaleras. Posé mi manos sobre su superficie fría, intentando “sentir” si había algo detrás. Una vez hube tomado coraje, la abrí. Tuve que llevarme la mano a la boca enseguida, un fuerte olor a excremento me golpeó como una bofetada. Mi mente intrincada empezó a especular al instante. Conociendo su origen ahora, creo que no sirve de nada que escriba mis alocadas hipótesis aquí.
Estuve unos cuantos minutos alumbrando los escalones, las paredes, quería encontrar alguna excusa para no seguir con el plan. Pero no tuve suerte, así que comencé a descender las escaleras lentamente, escalón por escalón…
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