PRÓLOGO
—Por lo
tanto, las predicciones indican que las reformas de austeridad pronto darán
rédito y que el déficit…
Las palabras
del presidente del Banco Central Europeo eran un eco en las sienes de Matt
Stephenson, emisario del gobierno británico. Unos esporádicos mareos venían
aquejándole desde el día anterior y cada vez que éstos regresaban eran más
intensos, haciéndole sentir como si caminase sobre una embarcación en alta amar.
Cuando llevó su mano derecha hacia la pared para así no perder el equilibrio,
la voz del interlocutor se tornó ininteligible. Su homónimo alemán se acercó y
le preguntó si se encontraba bien, Matt asintió sin pedir el vaso de agua que
su garganta reclamaba. El alemán le otorgó una sonrisa y continuó su camino
mientras el inglés intentaba descifrar, y contener, sus síntomas. De pronto,
una tos seca azotó su pecho y él la intentó silenciar con su mano izquierda.
Las luces que iluminaban al presidente durante su comparecencia parecían ser
cada vez más encandiladoras. Matt pretendía secar el sudor en su frente cuando,
al ver la palma de su mano, se percató de una sustancia negruzca; ahora sí preocupado,
intentó localizar al alemán para pedirle que llamase a un médico, pero su
visión se había nublado ya que el blanco de las luces insistía en bañarlo todo.
Entonces decidió vociferar «¡socorro!», pero la tos regresó y el dolor que
provocó en su pecho fue esta vez tan agudo, que hasta pudo sentir la sangre
recorrer su garganta y salir expulsada por entre sus dientes. Lo último que
sintió fue como su cuerpo se adormecía y, extrañamente, como un apetito voraz
se apoderaba de él.
•••
Los
políticos y periodistas presentes en la sala se volvieron enseguida en
dirección al grito desgarrador, decenas de ojos se posaron en el político
inglés al mismo tiempo que éste arqueaba su espalda y enseñaba sus dientes
sangrientos. El alemán, que se encontraba a escasos metros, pidió que se alertara
a los servicio de emergencia y cuando estaba a punto de coger al convaleciente
hombre por lo hombros, el inglés salió disparado hacia adelante haciendo que el
alemán trastabillase. Los presentes inhalaron al unísono sin despegar los ojos
de Matt Stephenson y, antes de que el personal de seguridad hubiese
reaccionado, el inglés saltó la mesa de madera provocando una lluvia de papeles
y se abalanzó sobre el presidente del BCE. Otro grito cortó el aire en la sala.
Los presentes comenzaron a pegar alaridos, mientras los miembros de seguridad
reducían al inglés. Por sobre el intercambio de los policías se pudo oír
entonces como los dientes del inglés castañeteaban y el presidente del BCE
carraspeaba sin conseguir llevar aire a sus pulmones. Después de una
encarnecida lucha, los policías consiguieron prender al atacante y, de un
tirón, lo pusieron de pie; su rostro y su pecho estaban bañados en sangre y sus
ojos, completamente blancos, aún se encontraban fijos en el hombre que yacía a sus
pies.
—¡Dejad de grabar! —gritó alguien y se acabó la
función.