Sus oídos emitían un pitido que
le taladraba la cabeza, al mismo tiempo, experimentaba una sensación entre ardor
y calidez en sus piernas. John ignoraba cómo había llegado allí. Lo
último que recordaba era haber ido de compras con su esposa por Madrid. Y ahora
estaba en este coche, por algún motivo que no era capaz de recordar. Las luces
del vehículo alumbran un paisaje rural incomprensible para él.
Miró su reloj negro y
comprobó que eran las 5:57. “¿Dónde estará mi esposa ahora?” se
preguntó, “Hay que ir a hacer las compras.”
Aún estaba absorto en sus pensamientos cuando una gota rebelde recorrió su
nariz, para luego acabar en su pierna. John se llevó la mano a la frente y
comprobó que lo que caía por su rostro era sangre. “Qué extraño. Debo haberme golpeado la cabeza al quedarme dormido.
Claro, me he quedado dormido y ahora estoy esperando a Valerie para ir a pagar
las facturas. Cuánto tarda esta mujer. Extraño, huelo a gasolina... fuerte, muy
fuerte. ¿Y esos pasos?… ya era hora. Van a cerrar la Post Office y se nos
vencerán las facturas.”
-Dear?
“Allí
viene, aún no puedo verla, pero oigo sus pasos dirigiéndose aquí. Tendremos que
ir al supermercado también.” Un escalofrío recorrió el
cuerpo de John de pies a cabeza. La ventanilla del copiloto está bajada por completo
y un aire gélido penetró sus dislocados huesos. “A ver si se da prisa esta mujer que me estoy congelando.”
-Val!
John podía oír piedras
crujir debajo de los pies de su mujer. Intentó ir a buscarla, pero su cuerpo no
respondía. “Pues nada, esperaré aquí.”
Miró a su izquierda y allí estaba: su Valerie. “Está hermosa” pensó, “como
aquel día que la conocí en Londres. Su cabello claro poblando su frente repleta
de pecas.” Por algún motivo, John sentía que la echaba demasiado de menos.
Su hermosa figura se acercaba despacio hacia él. Sin embargo, había otro ruido
que John no conseguía interpretar. Era un sonido de fondo que sus atrofiados
oídos captaban, pero no asimilaban.
Su esposa ya estaba prácticamente
sobre él. Viéndola ahora, pensó que sería un buen momento para plantearle la
idea de tener hijos. Ella siempre había intentado convencerle pero John, escondiéndose tras su
exigente trabajo, no había cedido en su posición. Sin embargo, en ese instante,
estaba preparado. Quería hacerlo, necesitaba hacerlo.
[Pum] Los puños de Valerie
golpearon el vidrio de su ventanilla.
-Val?
De repente, sus oídos
dejaron de pitar lo suficiente como para que John escuchara el ladrido de un
perro. “Un perro, qué...” Aquel
paisaje que tampoco había sido capaz de comprender se fue aclarando; las luces
del coche iluminaban el terraplén, árboles, hierba, tierra, rocas y... un
perro. John miró a su izquierda y no vio a su esposa, sino a la realidad. “Rambo, compañero, vete de aquí.” El
perro ladraba desde la distancia, pero no había nada que John pudiera hacer. "Anda,
Rambo, vete de aquí. John va a llevarse
unos cuantos desgracaidos al infierno antes de partir.”
En su prisión de metal, John
tomó una decisión. Comenzó a tocar el claxon una y otra vez; las palmas de sus
maños golpeaban con violencia al volante. La infectada a su izquierda alternaba entre estrellar sus miembros contra la ventanilla y pegar su descompuesta cara
al vidrio, soltando dentelladas. [PUM][PUM][PUM] Más infectados chocaban contra
el chasis del coche. John ya podía oír sus gemidos. Miró, una vez más, por el
espejo retrovisor del lado izquierdo para asegurarse; allí, detrás de la
infectada, se dejaba ver el origen de aquel olor tan fuerte. Un charco de
gasolina que cada vez se iba extendiendo más y más.
John sentía el sudor
recorriendo cada parte de su cuerpo, su ropa le pesaba una tonelada y la
oscuridad… la oscuridad le aterraba. Pero ya no había nada más que… ser
valiente. El coche comenzó a sacudirse de un lado a otro. El primer muerto en percatarse
que la ventanilla del lado del copiloto estaba bajada, empezó a introducirse
torpemente en el vehículo. John sentía su corazón latir con violencia. Viendo
por el espejo retrovisor una marea interminable de zombies, el inglés se dijo a
sí mismo que ya era hora. Pulso el mechero del coche y miró a su derecha. El
infectado, un joven con una cresta de color verde, llevaba una camiseta gris -ennegrecida
por la mugre- con la imagen de la reina de Inglaterra. “Qué apropiado”
pensó y experimentó un dolor punzante en su brazo. No quiso mirar. Contempló su
reloj negro por última vez, las 5:57… se había parado. Los muertos ya estaban
en el asiento de atrás y John ya no olía la gasolina, sino a muerte.
El mechero saltó, John hizo
un esfuerzo para cogerlo con la única mano que podía y bajó su ventanilla.
Enseguida sintió como si decenas de puñales se le clavaran en diferentes partes
del cuerpo. Ya en un estado de trance, con la imagen de Valerie y de los hijos
que nunca tuvieron en su mente, John sacó el brazo por la ventanilla y tiró el
mechero hacia atrás.
Sentado a orillas del río,
Marcos oyó un sonido estrepitoso acompañado por una bola de fuego y una nube de
humo negro que le indicó enseguida dónde estaban sus compañeros.
Un duro destino el de John. Ver como su hermosa mujer se va acercando lentamente echa una zombie y pega las suaves palmas de sus manos al cristal del coche y lo babosea. Él la contempla, mientras la ahora pútrida golpea el vidrio furiosamente con los puños, quebrándose así sus finos nudillos. Y esa misma mujer de la que todavía está enamorado, ahora está a punto de arañarle y morderle para privarle de la vida y convivir juntos en el Infierno.
ReplyDeleteEspero que valores esta pequeña reflexión. Un saludo compañero, y a seguir adelante !!!
Hola Shaun,
Delete¿Qué decirte? El hecho de haberte inspirado me gratifica muchísimo. Me parece que huele a escritor aquí...
He de admitir que en mi mente, John está alucinando a lo largo del capítulo y no ve "realmente" a su esposa. No obstante, ese es uno de los atractivos de la literatura; cuando haces público un escrito, éste deja de ser de uno y pasa a ser interpretado -"experimentado" tal vez sea más adecuado- de diferentes formas según quién lo lea.
Una vez más, gracias por compartir esta historia conmigo y no dudes en escribirme por cualquier cosa.
¡Hasta pronto!