Thursday 20 September 2012

POST LIV - El reloj negro de John II



El viento de invierno soplaba incesante congelando el chasis del Citroën Xara. Dentro, Marcos se mudaba de ropa en el asiento de atrás y John hacía otro tanto en el de adelante.

-¿Vamos? -preguntó el inglés al haber terminado.

Marcos asintió y se acomodó en el asiento del copiloto. Ambos llevaban una talla de ropa más grande de la que les correspondía. Marcos ignoraba de dónde John las había sacado, no obstante la sensación de llevar prendas secas no tenía precio. Con sus vaqueros y sudaderas holgadas asemejaban a dos raperos. Marcos se cruzó de brazos y se sentó lo más atrás que pudo en el asiento, al mismo tiempo que el coche s encaminaba a los gritos de agonía.

En la oscuridad de la noche y debajo de la tímida luz de la luna, el coche avanzaba lentamente hacia la carretera. El paisaje que les rodeaba era árido, con pocas construcciones. Rambo estaba en el asiento de atrás, con su cabeza pegada a la ventanilla. Aún no podían ver a los infectados, pero el sonido que provocaban al mecer la alambrada y proferir sus gemidos eran como una gran flecha en el mapa que indicaba "Aquí". John procuraba conducir lo más lento que le fuese posible, miraba de izquierda a derecha constantemente y murmuraba para sí mismo.

-¿Qué haces? -indagó Marcos.

-Estudio la carretera -Marcos le miró confundido.

-Cuando tenga que volver no podré tomarme el tiempo -dijo John con sus ojos clavados en un coche completamente calcinado a su izquierda-. Luego habrá que conducir más rápido.

El coche continuó serpenteando por la carretera durante unos cinco minutos, los cuales se hicieron eternos para Marcos. Al alcanzar una distancia segura, ya con las luces y el motor apagados, contemplaron el comienzo de la hilera de la muerte. Los zombies aún no se habían percatado de su presencia. El primer infectado debía estar a unos 150 metros. Estaban pegados a sus asientos, contemplando, estimando, calculando… Rambo observaba con sus orejas paradas. Nadie movía un músculo; el coche parecía una pintura en el Museo del Prado. Pero la escena artística fue interrumpida cuando Rambo vio como uno de los infectados se caía al suelo y era aplastado por el que venía detrás. Los ladridos despegaron a los hombres de sus asientos y sus ojos se abrieron incrédulos.

-¡Ahora! -vociferó Marcos y ató la improvisada soga al cuello de Rambo.

Los dedos pulgares e índice de John se posaron dubitativos en la llave; el sonido fue similar a una explosión e instintivamente, el inglés se llevó una mano al pecho. Cuando encendió las luces Marcos estaba sosteniendo a un Rambo rabioso que ladraba con medio cuerpo fuera del coche. El haz de luz artificial inundó la carretera y cientos de ojos vacuos miraron en su dirección. Los gemidos se volvieron ensordecedores y  la alambrada dejó de moverse de a poco. Ambos hombres sentían las vibraciones de sus pisadas en el suelo del coche a medida que se acercaban.

Dándose cuenta de que ni aun la luz larga cubría a la totalidad de infectados, John comenzó a tocar el claxon con saña.

-Ya están cerca -acotó Marcos.

-Lo sé -dijo y contuvo la respiración por unos segundos-. ¡Hala, vámonos!

Con cada salto que Rambo daba, la soga raspaba y quemaba las manos de su amo. Fue cuando el coche giró en U que Marcos se echó para atrás involuntariamente, soltando por unos segundos la soga; Rambo no necesitó más para saltar por la ventanilla.

-¡John, detén el coche! -el inglés le miró despavorido y negó con la cabeza.

Al mismo tiempo, Rambo se acercaba cada vez más a la horda de infectados; ladrando, gruñendo, saltando en el lugar. Un muerto –apenas un niño a la hora de morir- fue el primero en llegar al perro, preparándose para el festín.

-¡Para el puto coche! -exclamó nuevamente, mientras John hacía caso omiso.

Marcos echó un vistazo en el espejo retrovisor y pudo ver a Rambo esquivando a un muerto que ahora se estrellaba contra el suelo. Sin perder un segundo, estiró su mano izquierda, giró la llave del coche en el switch de ignición y la arrancó. El vehículo dio una pequeña sacudida y se paró en seco.

-¿What? -comenzó John, pero Marcos ya se había bajado del coche, llaves en mano.

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