»Con el estallido del
plato resonando en mis sienes, corrí por mi vida. Los gruñidos y la respiración
forzosa de mi marido me daban caza, mientras los gritos de la mujer agonizante
retumbaban en cada recoveco. Estaba a punto
de llegar a la puerta cuando ésta se abrió. “Cuidado” gritó el esposo de la
desafortunada; atónita, me dejé caer al suelo, haciéndome un ovillo.
Quien una vez fue mi marido, pasó por encima de mí -con inusitada agilidad- y
aterrizó delante de mi compañero. El hombre intentó escapar, pero el infectado
fue más rápido. Me puse de pie al mismo tiempo que la mujer salía de la
habitación, metamorfosis completa. La infectada dejó escapar un gruñido seco y
clavó sus vacuos ojos en mí. Salté el obstáculo que imposibilitaba mi escape
-mi esposo devorando a aquel hombre- y di un portazo tras de mí.
Una vez en el
rellano, me llevé las manos a las rodillas y tosí por un largo rato. Sentí las
lágrimas acumulándose en mis ojos y me disponía a dar rienda suelta a mis
emociones, cuando un niño pasó corriendo delante de mí; el pequeño acarreaba
con él un olor extraño que aún hoy en día no consigo descifrar. Aturdida, miré
a mi alrededor; el bloque 2 ya estaba inmerso en el caos. La gente corría de un
lado a otro, algunos con maletas, otros con niños, otros con manos
ensangrentadas. Sabiendo que ya nada me retenía allí, decidí abandonar el
edificio. El camino hacia la salida fue un espectáculo de horrores; muchos de
los infectados habían logrado escapar de sus prisiones y recorrían los
pasillos, acabando con todo. Yo corrí, reprimiendo las lágrimas que ahogaban mi
garganta, e intenté no “darme cuenta” de lo que a mi alrededor ocurría. Las
paredes se iban tiñendo de un color rojo carmesí, al igual que las ventanas.
Llegué a la escalera de incendios, donde una joven estaba siendo despezada
viva. Lo supe por sus gritos, ya que no tuve coraje para mirarla. Asegurándome
que el infectado o la joven -que en breve lo sería- no fueran capaces de
seguirme, di otro portazo más. Enseguida varios puños comenzaron a golpear la
puerta cortafuegos. Tenía que bajar tres plantas. Por el hueco de la escalera
pude comprobar que los muertos ya habían llegado hasta allí; erraban por las
plantas superiores libremente. Una lágrima que no comprendió el mensaje, rodó
abstracta por mi rostro mientras yo bajaba aferrada a la barandilla.
El descenso está algo
difuso en mi memoria; recuerdo muchos gritos, un tropel de gente golpeándose
los unos a los otros, gruñidos, gemidos y llantos. Caminé, escalón por escalón, descendí
como un robot que no tenía más que cables en la mente. Creo haber vuelto en mí
al llegar al portal. La luz inundó mis ojos, quienes recordaron que necesitaban
llorar. La puerta principal era el Pandemónium, la gente empujaba para salir, y
en el momento que estaban fuera corrían en ninguna dirección en particular. Yo
caminé, sintiendo como las lágrimas bañaban mi rostro y el sol se apiadaba de
mi cuerpo rígido.
Una vez fuera,
continué por entre la gente desquiciada. Dos personas me llamaron la atención;
estaban quietos y hablaban entre sí. Eran Eduardo y Mario. Uno de ellos, no
recuerdo quién, señaló al edificio y yo seguí su dedo índice con la mirada. El
bloque 2 asemejaba al Titanic. Se oían los gritos de los "pasajeros" a través de
las ventanas, mientras que los que podían se precipitaban hacia “el agua”. El
bloque 2 se hundía de a poco y supongo que el agua nos hubiese ahogado a
todos, si Eduardo no hubiese gritado en aquel momento:
-¡Tenemos que cerrar
la puerta principal!
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