Friday 26 October 2012

POST LXIV - Cristina, la mensajera



»Aquella noche Cristina -que residía en el bloque 3- se presentó en el piso de Eduardo, para informarnos de la delicada situación que allí se vivía. Las treinta y cuatro personas que habían sobrevivido hacía apenas dos días, se congregaron de inmediato. La reunión es, hoy en día, un cuadro descolorido en mi memoria.

Con la mente adormecida, miraba hacia fuera a través de la ventana. Estábamos, al igual que ahora, en esta casa. El bloque 1 se había convertido, paradójicamente, en el más seguro. El frío se calaba en mis huesos pero yo estaba tiesa, a diferencia de la gota que recorría la ventana de norte a sur. Afuera no llovía, pero el viento parecía haberlo helado todo. A mis espaldas, los presentes debatían sobre cuál debía ser nuestro próximo paso. Las voces rebotaban en la ventana, eludiendo mis oídos. No pensaba en mi esposo, tampoco en mis padres o hermanos, no pensaba en aquel niño infectado; no pensaba en nada.

-Laura -dijo Eduardo zarandeándome por los hombros.

-¿Sí? -vino mi respuesta estéril.

-¿Estás lista? -me preguntó sin soltarme.

-Sí -mentí.

Aunque aún teníamos electricidad en la urbanización por aquel entonces, Eduardo había instruido a todos los vecinos para que siempre usasen las escaleras. Luego de lo acontecido en el bloque 2, todos le veían como un líder y él siempre disponía de una solución ingeniosa a un problema engorroso. Descendimos en completo silencio y, al llegar al pequeño parque de la entrada, observé la marea de obstáculos que se habían diseminado por toda la zona. Unos cuantos cuerpos habían sido, literalmente, empalados al saltar de la ventana y aterrizar sobre la trampa mortal diseñada por Eduardo. Algunas criaturas aún se retorcían sobre contenedores de basura y techos de automóviles. Yo había pasado todo un día durmiendo… mejor dicho, teniendo pesadillas y no fui parte de la construcción de las improvisadas defensas. Eduardo se giró en aquella dirección y sus ojos se clavaron en la, aún iluminada, estructura de la muerte.

-Hay cuatro de ellos, encerrados en tres plantas diferentes -dijo Cristina rompiendo el silencio-. En todos los hogares había familiares con vida al encerrar a los infectados -se detuvo por unos segundos, mirando la nuca de Eduardo con aquellos gigantescos ojos marrones-. Tenemos que evacuar el edificio.

Guiados por la luz de las estrellas, nos dirigimos hacia el bloque 3 con rostros que emulaban a las mismísimas sombras; sabíamos bien que debíamos estar allí, pero nuestros cuerpos nos indicaban todo lo contrario. Estábamos a unos metros cuando oímos el primer alarido. Pude ver la cara de pavor de Cristina entonces.

-Mi esposo está allí -dijo con tono de súplica-, tenemos que hacer algo.

Con la piel de gallina, me detuve un segundo para observar al edificio con sus ventanas iluminadas.

-No te preocupes, Eduardo -susurró Mario acercándosele-. Yo me encargo -luego se dirigió a Cristina-. Va a ser mejor que te quedes aquí, con Eduardo -comentó posando su mano en el hombro de la mujer-. El resto vamos a ir buscar a quienes aún no han sido infectados -se detuvo unos segundos y esbozó algo similar a una sonrisa-, seguramente tu esposo esté entre ellos.

El resto de personas le miraron desafiantes.

-¿Por qué debemos ir nosotros? -preguntó uno.

-No pienso arriesgar mi vida una vez más -intercedió otra.

-O vamos todos o ninguno -espetó un joven.

La gente comenzó a gritar, hacer aspavientos y algunos hasta amenazaron con volver a la "seguridad" del bloque 1. Yo no pude evitar seguir con la mirada a Eduardo, quien se apartaba del grupo y se dirigía a paso lento hacia las ruinas del edificio 2.

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