-¿Qué cojones ha pasado? -preguntó Mario mirándonos a
Cristina y a mí; ambos nos quedamos callados.
Nos habíamos reunido todos en el piso de Eduardo, el cual
tiene vista a la carretera. El espectáculo era aterrador. La alambrada se
mecía de atrás hacia adelante incansablemente, al son de los cientos de
infectados que ocupaban todo nuestro campo visual. Abrimos la ventana un
instante y tuvimos que cerrarla, ya que el sonido era tal que Rambo no desistía
con sus ladridos y no nos permitía pensar, ni formular palabra alguna.
-¿Cómo ha sucedido? -intercedió Eduardo.
-¿Marcos? -preguntó John, buscando la respuesta en mis
ojos.
-Estábamos -improvisé- llenando las garrafas con agua,
cuando les oímos -miré de reojo a Cristina, buscando su aprobación, pero ésta
miraba hacia el frente con la mirada en la nada misma-. Pasaron unos minutos
hasta que les vimos; fue entonces cuando comenzamos a correr, tuvimos que
deshacernos de las garrafas y aun así, casi no lo logramos.
Observé a la gente a mi alrededor, buscando algún tipo
de reacción a mi historia. Eduardo me miraba de brazos cruzados. Laura se frotaba las manos frenéticamente, ajena a mis palabras. Mario
estaba de pie, escrutando a Cristina con los ojos semi cerrados y su nariz
arrugada. John miraba a través de la ventana, sopesando la situación.
-Lo que no comprendo -continuó Mario-, es cómo se han
juntado tantos jodidos muertos al mismo tiempo y cómo han hecho para pillarles
tan desprevenidos.
Silencio.
-Me parece que todos aquí nos merecemos la verdad, si
no comprenderemos que no se puede confiar en vosotros -hizo una pausa y se dirigió
a mí, con sus ojos azules bien abiertos-. Mejor dicho, no podremos confiar en
ti. Cristina ha ido a por agua en varias ocasiones y nunca había sucedido algo
semejante.
Silencio.
-Pregunto, otra vez, ¿qué cojones habéis hecho para
atraer a todos los putos muertos de Madrid?
-¡Estábamos follando! -las palabras de Cristina
retumbaron en la habitación.
De repente, noté la incomodidad en el ambiente. Mario sin embargo parecía, además de incomodo, enfadado. Observaba a
Cristina, juzgándola, mientras ésta se encogía de hombros. Entonces até cabos; esa
extraña relación que no había sido capaz de comprender tuvo sentido.
Ahora era yo quien estaba asqueado, me puse de pie y
mientras caminaba en dirección a Mario, le dije:
-Como no le quites tus ojos de encima -apenas unos
cinco pasos nos separaban-, te voy a…
Mario se giró y
levantó su brazo derecho. Me preparaba para esquivar su puñetazo y luego
propiciarle uno en la boca del estomago, cuando sentí un dolor agudo en mi gemelo
derecho. Instintivamente mi rodilla cedió, al mismo tiempo que el puño de Mario
impactó de lleno en mi mejilla. Vi un destello blanco, luego negro, luego nada.
Buenisimo. Estoy enganchadisimo a la historia. la levare al dia. Yo tambien tengo una historia en diario sur: "todas las cosas muertas" para que se pase el que quiera y me diga que le parece.
ReplyDeleteUn saludo.
Hola,
Delete¡Qué bueno que te esté gustando!
Luego me paso por tu blog y te lo comento.
¡Un saludo!