Por mi parte, no necesité
ayuda a la hora de sortear la alambrada. No puedo jactarme de estar en plena
condición física, y menos ahora que mi alimentación deja mucho que desear. No
obstante, de pequeño solía treparme a todo aquello que se me presentara en forma
vertical; por lo visto aún quedan rastros de ese Spiderman.
Trepamos la fría valla que
delimitaba el fin de la carretera y proseguimos nuestro camino. Cada paso que
daba en la áspera superficie, sentía que alertaría a alguno de los
infectados de la zona. Sorteamos las dos vallas divisorias de hormigón y no pude evitar
quedarme inmóvil, observando el distintivo cartel azul con letras blancas sobre la autopista con
la leyenda:
“M30 – Centro”
Alguien había hecho un
pequeño aporte y el cartel ahora indicaba:
“M30 – Centro
Madrid = Muerto”
Madrid = Muerto”
-No comprendo -la voz de
Cristina interrumpió mi trance- cómo has logrado sobrevivir hasta ahora.
-No comprendo -respondí sin
siquiera pensarlo- cuál es tu problema.
Cristina me otorgó una
mirada ofendida y continuó caminando. Saltamos la valla de metal ubicada en el
lado contrario y nos adentramos en un terreno pedregoso, cubierto por hierba
seca. A escasos metros teníamos los restos de un teléfono característico de
carretera “S.O.S”… con rastros visibles de sangre seca atravesando las siglas.
Tuve que hacer uso de todas mis fuerzas para no quedarme paralizado una vez
más.
-¿Vivías aquí cuando todo
paso, verdad? -indagué.
-Sí -respondió Cristina
caminando delante de mí.
-¿Qué ha pasado con el resto
de los inquilinos?
-Tú qué crees -dijo al
girarse y clavarme sus ojos marrones.
-¿Sabes qué? -comencé irritado-.
No te preocupes, no volveré a hablarte. Hagamos lo que hemos venido a hacer y
terminemos con esto.
Esta vez fui yo quien
aceleró el paso, dejándola atrás. Ya podía oler el río, debía estar cerca.
-Lo siento -las palabras parecían
venir de otra persona.
No pude sino darme vuelta y
otorgarle una mirada perpleja.
-Lo siento -repitió-, no
quise… allí está el río, Marcos -dijo y continuó caminando.
Estupefacto, volví a
seguirla una vez más. El viento soplaba levemente, lo que provocaba que la
melena de Cristina cobrará vida propia. Aquella sensación había vuelto y,
mientras mis ojos se posaban fijamente en su figura, no pude evitar la miríada
de pensamientos que invadieron mi mente.
Luego de unos minutos más de
caminata llegamos a nuestro destino; aunque fueron las palabras de Cristina las
que me hicieron percatarme de que habíamos llegado y no el río en sí.
-Pues, empecemos a llenar
las garrafas.
-¿Qué querías decir hace
unos instantes con “no quise”? -inquirí sin quitarle los ojos de encima.
-Mira, Marcos, he estado
bajo mucho estrés estos últimos meses. Mi pareja fue uno de los primeros en
sucumbir ante esos podridos de mierda y…
-Lo siento. Mi novia, se
llamaba María, tuvo la misma suerte -dije con una pesadumbres que me encogió el
pecho.
Cristina me devolvió una
mirada repleta de lagrimas y algo que no había visto hasta ahora en ella;
empatía.
-Qué mundo de mierda en el
que nos ha tocado vivir -exclamó riéndose y llorando al mismo tiempo.
Dejó caer las garrafas al
suelo, se encogió de hombros, se puso en cuclillas y rompió a llorar. Si el
hablar de María me había encogido el pecho, ver a Cristina así terminó por
cerrármelo del todo. Caminé hacia ella y me agaché a su lado.
-Lo sé -fue todo lo que supe
decir.
La agarré por los hombros y
la ayudé a ponerse de pie. Ella, para mi sorpresa, me abrazó con fuerza. No
pude evitar reprocharme a mí mismo, cuando aquellos pensamientos lascivos
volvieron a mi mente. Estaba pensando en lo rústico que puede llegar a ser el
hombre, cuando Cristina despegó su rostro de mi pecho y, con mi cara entre sus
manos, me besó.
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