Madrid 17 de Diciembre de 2011
06:03
Todo ha
sido muy extraño.
Luego de
oír el ruido en la piscina, decidí asomarme por la ventana. Desde el
cuarto piso en el que estaba, y con la poca visibilidad que me brindaba una
noche sin luna, no podía divisar más que lo que mi imaginación fabricaba para mí. Me pareció ver un cuerpo humano agitándose allí abajo, pero no estaba seguro. Cogí mi chaqueta verde militar y mi bufanda
azul y me dispuse a abajar.
El
silencio que normalmente reinaba en la urbanización era propio de un
cementerio; y yo ya sabía que debía mantenerlo así si pretendía seguir a salvo. Descendí las escaleras con cautela, hasta llegar al bajo. Luego me
dirigí hacia la puerta principal y, para mí sorpresa, al abrirla estaban todos
allí.
Mario se
volteó para otorgarme una fría mirada y luego volvió sus ojos a la piscina.
Eduardo estaba a escasos pasos, con una mano en la barbilla... pensando.
Cristina era la que más alejada de la piscina estaba, de brazos cruzados y con
una expresión inescrutable.
Laura fue
la que se acercó a mí.
-Está todo
bien -me dijo intentando ofrecerme una sonrisa.
-¿Qué hay
en la piscina? -pregunté ansioso.
Al oír mi
pregunta Mario giró en sus talones como un soldado.
-¿Qué
crees que hay?
-¿No se
supone que el lugar era prácticamente inaccesible, de dónde ha venido? -espeté
con un claro disgusto.
-No lo sé
-respondió y me dio la espalda.
Laura se
acercó aun más y, después de poner su mano en mi hombro, me miró y negó con la
cabeza como diciéndome "no vale la pena insistir". Lo más extraño ocurrió
cuando la mujer regresó la mirada a la piscina; su mano se tensó y su cara se
tornó de piedra.
-¿Estás
bien? -pregunté sin obtener respuesta.
Laura
comenzó a caminar hacia la piscina y se quedó a escasos metros de
ella. Yo la imité y por fin pude ver claramente a qué se debía tanto alboroto.
Un
infectado se sacudía agónicamente en la piscina. El infeliz estaba boca arriba,
dejando a la vista unas piernas completamente demacradas y, donde debían de
estar sus pies, no había más hueso. Por lo menos ya sabía por dónde había
venido. La criatura estaba famélica, lo cual explicaba la poca fuerza que demostraba
al moverse; parecía emular los torpes movimientos de un bebe al aprender a
nadar. Sus ojos, sin embargo… esos ojos blancos repletos de odio y hambre eran
iguales que los de todos. No tuve que acercarme más para distinguir que lo que
se movía allí, había sido, sin duda, un hombre.
En ese
instante me llegó su distintivo aroma. Aquel olor a putrefacción que parecía perseguirme,
ahora se apoderaba de mi olfato una vez más. Lo que era aun peor, éste era
potenciado por el contacto con el agua, lo cual le daba un toque de humedad al jodido
hedor; no pude sino doblarme y vomitar.
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