Tuesday 17 July 2012

POST XXXV - Noche sin luna


Madrid 17 de Diciembre de 2011
 
06:03
 
Todo ha sido muy extraño.
 
Luego de oír el ruido en la piscina, decidí asomarme por la ventana. Desde el cuarto piso en el que estaba, y con la poca visibilidad que me brindaba una noche sin luna, no podía divisar más que lo que mi imaginación fabricaba para mí. Me pareció ver un cuerpo humano agitándose allí abajo, pero no estaba seguro. Cogí mi chaqueta verde militar y mi bufanda azul y me dispuse a abajar.
 
El silencio que normalmente reinaba en la urbanización era propio de un cementerio; y yo ya sabía que debía mantenerlo así si pretendía seguir a salvo. Descendí las escaleras con cautela, hasta llegar al bajo. Luego me dirigí hacia la puerta principal y, para mí sorpresa, al abrirla estaban todos allí.
 
Mario se volteó para otorgarme una fría mirada y luego volvió sus ojos a la piscina. Eduardo estaba a escasos pasos, con una mano en la barbilla... pensando. Cristina era la que más alejada de la piscina estaba, de brazos cruzados y con una expresión inescrutable.
 
Laura fue la que se acercó a mí.
 
-Está todo bien -me dijo intentando ofrecerme una sonrisa.
 
-¿Qué hay en la piscina? -pregunté ansioso.
 
Al oír mi pregunta Mario giró en sus talones como un soldado.
 
-¿Qué crees que hay?
 
-¿No se supone que el lugar era prácticamente inaccesible, de dónde ha venido? -espeté con un claro disgusto.
 
-No lo sé -respondió y me dio la espalda.
 
Laura se acercó aun más y, después de poner su mano en mi hombro, me miró y negó con la cabeza como diciéndome "no vale la pena insistir". Lo más extraño ocurrió cuando la mujer regresó la mirada a la piscina; su mano se tensó y su cara se tornó de piedra.
 
-¿Estás bien? -pregunté sin obtener respuesta.
 
Laura comenzó a caminar hacia la piscina y se quedó a escasos metros de ella. Yo la imité y por fin pude ver claramente a qué se debía tanto alboroto.
 
Un infectado se sacudía agónicamente en la piscina. El infeliz estaba boca arriba, dejando a la vista unas piernas completamente demacradas y, donde debían de estar sus pies, no había más hueso. Por lo menos ya sabía por dónde había venido. La criatura estaba famélica, lo cual explicaba la poca fuerza que demostraba al moverse; parecía emular los torpes movimientos de un bebe al aprender a nadar. Sus ojos, sin embargo… esos ojos blancos repletos de odio y hambre eran iguales que los de todos. No tuve que acercarme más para distinguir que lo que se movía allí, había sido, sin duda, un hombre.
 
En ese instante me llegó su distintivo aroma. Aquel olor a putrefacción que parecía perseguirme, ahora se apoderaba de mi olfato una vez más. Lo que era aun peor, éste era potenciado por el contacto con el agua, lo cual le daba un toque de humedad al jodido hedor; no pude sino doblarme y vomitar.

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