Las gruesas gotas
colisionaban con fuerza contra los obstáculos esparcidos alrededor de la
piscina y los tres edificios; una sinfonía macabra que no me permitía oír otro
sonido, más allá de los gritos del inglés. Recuerdo el cuerpo helado y pesado
de Claudia en mis brazos. La pequeña tiritaba de frío, al igual que yo.
Paradójicamente, llegué a
disfrutar aquel aguacero; nos bañó por dentro y por fuera. No recordaba cuándo
había sido la última vez que me había duchado, la mugre se había hecho parte de
quién era. Sin embargo, aquel día, de pie bajo la lluvia; toda esa impureza fue
arrastrada de nuestros cuerpos, por el suelo hacia el desagüe.
Creo que Rambo no juzgó como
apoteósica la situación, ya que no paraba de
sacudirse haciéndome llegar ese olor a perro mojado tan peculiar.
Caminamos rápidamente los cincuenta
metros que separaban la puerta de entrada de la piscina y, una vez estuvimos
frente a ella, John miró a Claudia dejando escapar una mueca de desaprobación.
Pasados unos segundos, su cara mutó a una expresión de felicidad y me pidió que
bajara a la niña al suelo y que le cogiese una mano, él haría lo mismo con la
otra.
El cabrón no esperó ni un
segundo, una vez hubo cogido la mano de Claudia comenzó a trotar hacia la piscina
y yo, por inercia pura, lo seguí.
El ruido de nuestra zambullida
apenas y fue audible, la lluvia caía con ferocidad en al agua a nuestro
alrededor, limitándonos el oído y la vista. John empezó a “nadar” con su mano
libre y a patalear mientras yo hacía otro tanto. Iba a alzar la cabeza y mirar
hacia atrás para silbarle a Rambo, cuando me percate de un movimiento a mi
derecha; allí estaba mi amigo, nadando al mejor estilo “perrito” y dejándonos
atrás de a poco.
En aquel instante, con agua
hasta las narices, se me vino a la mente un comentario de la película “Titanic”,
cuando el protagonista afirmaba que si caías a las aguas del Atlántico se
sentiría como si miles de cuchillos te atravesaran la piel. Pues, señor DiCaprio,
así fue como me sentí.
No comments:
Post a Comment