Sunday 17 June 2012

POST XXVI - Rendido

 
Una bocanada de aire caliente, que acarreaba un espeso olor a putrefacción, hizo que Rambo estornudará en el lugar. Una interminable hilera de ojos blancuzcos se había posado sobre nosotros. Todas las personas de la comunidad... todas y cada una de ellas estaban allí. Los que se encontraban al fondo del garaje y no se habían percatado de nuestra presencia, deambulaban sin sentido. Los más cercanos, sin embargo, abrieron sus bocas -quienes aún las tenían- y comenzaron la persecución.

Quien más deprisa se acercaba era Gonzalo, mi vecino del sexto. Creo haber pensado "¿Cómo es posible?", pero no estoy seguro, ya que empecé a correr al instante en dirección contraria; hacia el portal.

La expresión de terror de Claudia no había mutado, y sus ojos se posaban por sobre mis hombros, observándolos a ellos. Rambo empezó a ladrarles, pero luego de silbarle se nos unió.

Detrás de nosotros venían los infectados, más de cuarenta. Sus gemidos me helaban la sangre. Algo en mí quería rendirse; quería dejarme caer en el suelo y que toda esta locura acabará de una vez. Sin embargo, el peso de Claudia en mi brazo era un constante recordatorio de que no era sólo mi vida la que estaba en juego.

Llegué al portal en cuestión de segundos, tiré de la puerta para abrirla y, oh casualidad, estaba cerrada.

-Mierda  -exclamé.

Gonzalo estaba a escasos metros y detrás de él una legión de cadáveres se preparaba para el festín de su vida. "Las llaves", pensé en un segundo. Salté por la ventana, dentro de la garita del portero y comencé a buscar en el suelo la llave del portal. Al cabo de unos segundos la encontré. Salté nuevamente y alcé en brazos a una orinada Claudia. Cuando introduje la llave en la puerta, Gonzalo estaba a exactamente diez pasos. Cuando giré la llave, Gonzalo había acortado la distancia a cinco pasos. Cuando abrí la puerta, sentí sus dedos en mi hombro. Y cuando hube cerrado la puerta a mis espaldas, escuché su gemido infernal al mismo tiempo que estrellaba sus manos contra el otro lado de la puerta.

Habíamos salido los tres, pero no hubo ocasión de relajarnos ya que los cristales de la puerta comenzaban a romperse de poco con los golpes de mis -ahora- difuntos vecinos. El ruido del vidrio impactando y rompiéndose contra el suelo, era como constantes puñaladas.

Agotado, comencé a correr hacia la calle; sentía cada músculo de mi cuerpo gritar con agonía que no podía más, y el sudor se empecinaba en nublarme la vista. Entonces, la luz del día -aquella que había eludido por tanto tiempo- quemó mi piel y me tranquilizó. Podía sentir las uñas de Claudia clavadas fuertemente en mi espalda y los ladridos de Rambo a mi lado; en ese momento, con el sol en la cara cegándome los ojos, me rendí. Me senté en la acera y aspiré profundamente. Ya podía oír sus pasos a mis espaldas; la puerta había cedido y venían a por nosotros.

Abracé fuerte a Claudia y miré -con una sonrisa en los labios- a Rambo. “María”, pensé a medida que cerraba los ojos.

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