Madrid 15 de Diciembre de 2011
15:20
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Vale, pues creo que tengo
unas horas de descanso antes de proseguir con mis demás tareas. Así que
continuaré relatando lo que ocurrió hace escasos días.
Debían de ser las siete de
la mañana, cuando me dirigí a la garita del portero en busca de las llaves.
Ésta se encontraba al lado de la puerta de entrada. Una pequeña
habitación con una puerta de acceso y una ventana amplia sin acristalar. Intenté
abrir la puerta, pero estaba cerrada. Eché un vistazo a la habitación a través
de la ventana y, luego de asegurarme que no había moros en la costa, me
introduje por el hueco. Una vez dentro, me encaminé hacia el estante con las
llaves y las cogí todas… menos las del garaje, que por alguna extraña razón no
estaban junto a las demás. “Extraño” pensé, si el portero tenía una copia…
[Cling, Cling] Pude oír el sonido metálico de la llave faltante detrás de mí.
Rogué que, al igual que había ocurrido en las escaleras, no fuera más que mi
imaginación jugándome una broma. Pero no tuve tanta suerte esta vez.
Giré para encontrarme al
portero que salía de debajo de la mesa, la cual estaba apoyada contra la ventana. No había manera de
haberle visto antes de saltar. El color de su piel era de un gris repulsivo y
la mano que aún sostenía las llaves del garaje, tenía el meñique arrancado por
la mitad. Supongo que el desdichado se habría acurrucado debajo de la mesa,
cogiéndose la herida hasta que dejó de respirar.
Me quedé inmóvil por unos
segundos, evaluando mis posibilidades. Él se puso de pie y se abalanzó sobre mí
con su boca abierta y los brazos estirados. Salté a mi derecha y el infectado
se chocó con la pared, quedando atontado y no sabiendo dónde había ido a parar.
Yo me puse rápidamente de pie, corrí hacia la ventana y salté… con la suerte
que mi rodilla dio con la mesa, cayéndoseme así todas las llaves. Un dolor
punzante subió desde mi pierna hasta la cabeza. Dejé escapar un insulto
mientras comenzaba a recoger las llaves del suelo. No sé si habrá sido el golpe
o el sonido de las llaves, pero el portero giró sobre sus talones con
aterradora agilidad y, con ojos como misiles, se lanzó a por mí. No lo pensé
dos veces, salté nuevamente la mesa -con éxito esta vez- y salí propulsado por
la ventana, cayendo como un saco de patatas del otro lado.
Aún con el cuerpo dolorido,
pegué un salto y me puse de pie. La cosa empezaba a subirse a la mesa y a
asomarse por la ventana. Con todas mis fuerzas, corrí hasta las escaleras y
cerré la puerta cortafuegos detrás de mí. De espaldas a la puerta y con las
manos en las rodillas, sentí que los pulmones me iban a estallar; y entonces
[Pum] [Pum] El cabrón ya estaba del otro lado de la puerta.
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