Me quedé observándolos durante unos segundos a través
de los prismáticos: estaban agitados y extendían sus brazos hacia las copas de
los árboles; se movían de izquierda a derecha de manera errática, abriendo sus mandíbulas
con cada paso que daban. De repente, y en el mismo segundo, un punto negro
entró y salió de mi campo visual. Los infectados reaccionaron de inmediato,
agitándose aun más. Luego de unos cuantos intentos buscando entre el follaje,
pude dar con el «punto negro»; un gato asustadizo saltaba de rama en rama y,
como aquél que había visto en la calle hacía escasos minutos, despertaba el apetito voraz de los zombies. Le conté a Eduardo lo que estaba viendo, a lo cual acotó que sería oportuno
desearle una larga y próspera vida a nuestro felino amigo.
Una lluvia fina y persistente nos iba empapando de a
poco, por lo cual nos vimos forzados a elevar la voz por sobre el sonido de las
gotas que se fusionaban con el suelo.
—Todavía nos falta cubrir aquella zona —dijo señalando
la esquina noroeste que apuntaba hacia Madrid.
—¿Crees que vale la pena? —pregunté secándome la
frente— Si antes disfrutábamos de poca visibilidad, ahora será mucho peor.
—Tenemos que intentarlo, Marcos —dijo y me miró con
los ojos entrecerrados—. Debemos asegurarnos que la urbanización se encuentra segura.
Hemos estado demasiado tiempo siendo descuidados; no podemos enmendar los
errores del pasado, pero sí aprender y actuar en consecuencia de ahora en
adelante —entonces extendió la mano con los binoculares y concluyó—. Hala, mira
tú mejor que tus ojos jóvenes ven mejor que los míos —Caminamos bajo la lluvia,
mientras en mis oídos resonaban sus palabras y me preguntaba si lo de
«descuidados» estaba dirigido únicamente a mí.
Llegamos a la cornisa del lado opuesto y me dispuse a
investigar los alrededores. Las lentes de los binoculares estaban mojadas y
hube de limpiarlas con el interior de mi camisa para conseguir ver algo durante
unos dos segundos, antes de tener que volver a limpiarlas.
—Así es imposible —comenté y sentí como el agua
comenzaba a traspasar la ropa, llegando hasta mi piel.
Para colmo, me costaba aprovechar esos efímeros
segundos que me otorgaba la madre naturaleza; la imagen era borrosa debido al
caudal de agua que caía «codificándolo» todo. Pude, por lo menos, asegurarme
que la barricada del lado noroeste continuaba despejada. Intenté una vez más, limpiando
las lentes y enfocando en dirección al edificio rodeado por árboles que
teníamos enfrente; allí, en aquella ventana del quinto piso, la vi. Mi pulso comenzó
a flaquear, y, por algún extraño motivo, mi boca insistía en tragar saliva,
pensando que así aliviaría mis síntomas. Limpié una vez más las lentes y la
contemplé: una mujer joven miraba a través de la ventana, como si quisiera
atrapar las gotas de lluvia. Su barriga estaba algo hinchada pero no
correspondía con la imagen esbelta que la mujer ostentaba; estaba, sin lugar a
duda, embarazada. Su cuello era la mitad de lo que debía ser y del lado
izquierdo colgaban tendones y nervios por igual, mezclados en una mancha roja
que descendía hasta su abdomen. Sus ojos ausentes contemplaban la lluvia con
curiosidad, intentando descifrar algo que había sido borrado de su mente para
siempre.
Sin poder resistirlo, mi pulso me abandonó por
completo y abrí las manos dando un paso atrás, dejando caer así los binoculares
al vacío; el sonido de éstos rompiéndose contra un coche pudo oírse por sobre
la lluvia.
—¿Qué has hecho? —me increpó Eduardo zarandeándome
por los hombros.
Su brusquedad, sumado al suelo mojado, hicieron que
perdiera el equilibrio y fuera a parar de espaldas al suelo.
—¿Qué has hecho? —repitió enfadado mirando
hacia abajo.
La lluvia caía incesante sobre mi rostro y se mezclaba
con mis lágrimas, para luego recorrer mi rostro y fugarse por el suelo hacia
algún desagüe. No sé si era el frío o mi estado, pero comencé a temblar como un
niño indefenso.
—¡Marcos! —insistió Eduardo perdiendo la paciencia.
—Estaba embarazada —suspiré entre lágrimas.
—¿Qué? —preguntó Eduardo agachándose a mi lado.
—María —dije sin
mirarle—, estaba embarazada.
Entonces la hermosa zombie de la ventana es María ? A lo mejor estaba baboseando el cristal de la ventana porque había reconocido a Marcos. Puede que no tratara de atrapar las gotas de lluvia, sino que deseaba "acariciar" a Marcos con sus pútridas y suaves manos.
ReplyDeleteSigo leyéndote compañero, ánimo con la
historia.
Un abrazo !!!
Hola Shaun,
DeleteGracias por tus comentarios. Siempre disfruto leyendo tus interpretaciones ;)
La verdad es que el escrito es un poco confuso... honestamente, siempre está todo más claro en la mente de uno, que lo que termina en el blog. Pero bueno, todavía tengo un largo camino por recorrer.
La mujer que ve Marcos es una zombie embarazada que le recuerda a María (precisamente porque ella estaba en cinta antes de morir). En los primeros capítulos Marcos se ve forzado a acabar con su novia -ya muerta- instantes antes de encontrarse con Rambo. Hasta ahora no había relatado "cómo" exactamente fue que acabó con María... cosa que cambia cuando Eduardo le pide que se lo cuente en el capítulo 70 y 71.
La idea que deseaba acariciar a Marcos a través de la ventana, sin embargo, no está nada mal. A ver si la implemento en algún capítulo venidero (con tu beneplácito por supuesto).
¡Un saludo y gracias por los ánimos, que nunca están de más!