Como
un demonio sale María en busca de su presa, se abalanza sobre mí extendiendo los brazos y yo, velozmente, doy un paso al costado; ella cae de
bruces al suelo y ruge con impotencia. Sé que tengo una ocasión ideal para
apuñalarla por la espalda, pero me quedo allí inmóvil. La luz de las velas se
refleja en su cabello y parece darle vida. El espejismo se deshace cuando se da
la vuelta y la luz amarillenta ilumina su rostro pálido, consumido por la ira.
Se pone de pie enseñándome sus dientes y sacude su cabeza mientras viene
velozmente hacia mí. Una vez más, un grito proveniente de la calle irrumpe en
la casa, pero María tiene sus ojos clavados en mí y no parece importarle.
«¡María!» grito impotente, obteniendo un gruñido igual de estridente por
respuesta. Sus brazos están a punto de asirme, cuando giro y me encamino hacia
la puerta de salida. De pronto, siento un tirón en el jersey que me
desestabiliza por completo —una imagen de su boca clavándose en mi yugular
asalta mi mente—, miro hacia atrás y María, con la boca abierta, tira una vez
más; trastabillo y caigo al suelo. Consigo poner mis manos por delante de mi
cuerpo y, al caer sobre éstas, empujo con fuerza, girando y cayendo de espaldas
hacia mi derecha. María desciende como un águila en el lugar donde yo debería
haber caído y busca mi cuerpo con sus garras. Estoy a punto de ponerme de pie,
cuando siento sus gélidas manos en mi tobillo. Con los ojos desorbitados,
observo como sus «fauces» se cierran sobre mi pie; siento enseguida una fuerte
presión en mi pie derecho. «¡María!» exclamo y, aún sentado, la apuñalo por la
espalda; su piel es dura y el cuchillo se hunde unos pocos centímetros. La
presión en mi pie no cede y ahora un aire caliente envuelve los dedos de mi pie
derecho. «¡María!» la hoja esta vez entra entera entre sus omóplatos, mientras
su sangre fría y pegajosa baña mi mano. Ella no se inmuta; no se percata que la
persona con quien ha compartido lo últimos cinco años de su vida está
intentando acabar con su «vida». Con sus manos como esposas, María se ha encadenado
a mi pierna y ruge mientras va mordiendo con más y más fuerza mi zapatilla.
«¡María!» mi puñal cae una y otra vez sobre su espalda, a tal punto de que mi
brazo comienza a cansarse. Desesperado, trato de mover mis piernas para
librarme; su frío abrazo es poderoso, pero consigo asestarle un puntapié con mi
pierna libre y ella suelta su premio durante unos segundos, aunque enseguida
reacciona y me agarra por las rodillas, me clava sus ojos vacíos por última
vez, y, cuando va a hincar sus dientes en mi muslo, el cuchillo desciende en su
cráneo como un rayo; un espasmo recorre su cuerpo y su rostro cae entre mis
piernas con esa expresión de ira inmortalizada. «María» digo una vez más, aferrándome
aún al cuchillo.
Es una pena que una chica tan joven y guapa como María tuviera que morir así. Al menos fue una muerte muy romántica, Marcos la mató mientras sentía el frío tacto de las delicadas manos de María, acompañado de su cálido aliento. Probablemente María, en su interior luchaba contra sus instintos para no hacerle daño. Si ella le hubiera dado un leve arañazo con sus finas garras le habría contagiado su "enfermedad" no ?
ReplyDeleteEn fin, un abrazo, muchos ánimos y Felices Fiestas !!!
Buena pregunta, no lo había pensado hasta ahora. Ya sé, en algún capítulo venidero vamos a hacer que arañen a un personaje y vemos qué pasa, ¿cómo lo ves? ;)
DeleteOtro abrazo para ti, felices fiestas y disfruta de los nuevos capítulos (sorpresas, sorpresas)!