Sentía las vibraciones de sus
pisadas y sus gemidos enmudecían cualquier otro sonido… hasta que Claudia soltó
un grito propio de aquellas películas de terror en blanco y negro. Su chillido
me despertó de mi sueño suicida, e hizo que me pusiera en pie con fuerzas que
no tenía. Iba a reanudar la carrera interminable, cuando oí el motor de un
coche a la distancia.
-Ya lo sé -le susurré a la
niña-, todo va a estar bien.
Los muertos estaban a unos
quince pasos, cuando empecé a correr en dirección al sonido del coche. Otra vez
tuve que silbarle a Rambo para que no se quedara atrás. Cuando sentía que las
piernas no podían sostener más el peso de mi cuerpo y el de Claudia, lo vi; un Citroën
Xsara rojo a tan sólo una calle de distancia. Como si alguien me hubiese
inyectado alguna sustancia ilegal, aumenté la velocidad. El conductor, que al
parecer nos vio al mismo momento, aceleró también.
Los infectados iban quedando cada vez más atrás…
menos Gonzalo que corría al igual que yo, mientras dejaba escapar aquel sonido
gutural para guiar a los demás.
Era -literalmente- una
carrera de vida o muerte. Topamos con el coche en la siguiente esquina, los
pasos de Gonzalo eran cada vez más audibles. La puerta del acompañante se abrió
súbitamente.
-Entrar -gritó una voz con
marcado acento inglés.
Lancé a Claudia adentro del
coche y cogiendo a Rambo de su collar, hice lo mismo. Cuando cerré la puerta,
Gonzalo ya estaba prácticamente sobre el vehículo. Abrí la puerta de atrás y
salté dentro. El conductor arrancó al mismo tiempo que Gonzalo adivinaba
nuestra intención y se paraba en el medio de la calle. Aún puedo ver su cara
pálida y su boca cubierta de sangre seca, antes de que el coche lo arroyara e
hiciera volar por los aires.
Mientras me acomodaba en el
asiento y cerraba la puerta que había dejado abierta, nuestro salvador se
presentó.
-¡Ha estado cerca! -dijo
riéndose entre dientes- . Soy John.
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