Tuesday 28 August 2012

POST LI - ¿Cristina?

Madrid 21 de Diciembre de 2011

03:40

Creo que Cristina ha venido a verme. Estaba como ahora mismo, postrado en la cama y, al abrir los ojos, me pareció ver su esbelta figura junto a la puerta. Fue pestañear y ya no estaba allí. 

Espero que no haya sido un sueño.

POST L - Cerrar los ojos

Madrid 20 de Diciembre de 2011

20:16

Laura ha venido a verme hoy. Me ha dado algo de comer y me ha hablado durante un largo rato; no he captado ni una sola palabra de lo que me ha dicho. Mientras tanto, Claudia me mira y me mira. Espera que le diga dónde está su perro. No sé qué decirle; no sé qué decirme a mí mismo.

Los párpados son demasiado pesados... ha llegado lo único que me da paz en estos días: el sueño. Voy a cerrar los ojos y pretender que nada ha ocurrido.

Monday 27 August 2012

POST XLIX - No puedo, no quiero

Madrid 20 de Diciembre de 2011

19:41

No puedo, no quiero, no tengo fuerzas para escribirlo. ¿Qué mierda ha pasado? John, Rambo... ¿qué ¿por qué?. No puedo, no puedo, no puedo...

Saturday 25 August 2012

POST XLVIII - Entre ellos

Y ahora estoy aquí, a punto de salir. Tengo la ventana abierta y el ruido es ensordecedor. Estoy aterrado, se me vienen a la mente imágenes de los infectados devorándonos allí en la carretera.

Quiero correr, no sé hacia dónde pero necesito correr. Todas esas personas… ¿estará mi hermano entre ellos? ¿Estarán mis padres contra una alambrada igual en el sur? ¿Estaré yo entre ellos?

John ya está aquí, debo irme.

POST XLVII - ¡Despierta!

Madrid 18 de Diciembre de 2011

03:53

-Despierta -las palabras de John fueron como un cubo de agua.

-¿Qué -balbuceé-, qué?

-Estamos reunidos. Tenemos que decidir qué hacer.

Más cansado de lo que me había ido a dormir, me puse de pie. Enseguida note la ausencia de Claudia.

-No preocupes, está con Laura -dijo y me alcanzó mis pantalones-. Vamos.

Por segunda vez en el mismo día, nos dirigimos a la casa de Eduardo. John llevaba una pequeña linterna que apagó antes de entrar al piso. Era la madrugada y apartamento estaba completamente a oscuras.

-Bien -la voz de Eduardo provenía del centro del salón-, ya estamos todos -hizo una breve pausa que nos permitió oír a nuestros invitados en la alambrada-. Tenemos que idear un plan para deshacernos de ellos, ¿alguien tiene alguna idea?

Cuando nadie hablaba, el piso aparentaba estar vacío. Pero no había otra alternativa, si encendíamos una vela o usábamos las linternas; les estaríamos señalando el camino a los infectados. Y ya he visto cómo reaccionan ante tales estímulos. Derrumbarían la alambrada en cuestión de minutos y vendrían directo a nosotros, poniendo sus quejidos por los cielos; lo cual atraería a aun más infectados. No duraríamos mucho.

-Yo tengo un idea.

-¿John? -preguntó Eduardo.

-Cojo el coche y -sentí su mano en mi hombro- si Marcos está ok, me llevo a Rambo. Damos la vuelta, circling la urbanización para llegar a la carretera. Allí, desde un distancia segura, toco el claxon y bajo la ventanilla para que Rambo ladra. Cuando vienen hacia nosotros, conduzco hacia otro lugar y les perdió allí.

Aún en el silencio podía oírles pensar, evaluar el plan de John. Eduardo fue el primero en hablar, lo cual hizo que me percatara de la ausencia de Mario.

-Es demasiado arriesgado -dijo negando con la cabeza.

-¿Qué plan no lo sería -dije- bajo estas circunstancias? Siendo yo el culpable -hice una breve pausa, pero nadie acotó nada-, iré con John y me aseguraré que Rambo ladre tan fuerte como pueda.

-Vamos a kick ass -dijo John y me dio una palmada en la espalda.

-¿Estáis todos de acuerdo? -oí la voz de Eduardo cerca de nosotros.

Silencio.

-Pues está decidido -nuestro anfitrión abrió la puerta y culminó-. John y Marcos, si sois tan amables de quedaros -Escuché a dos personas salir del piso; a una pude olerla, a la otra la delataba los pequeños pasos que acompañaban su caminar. Cuando las dos mujeres se hubieron ido, Eduardo nos increpó.

-¿Qué estáis haciendo?

-¿Tú tienes un plan? -pregunté deseando que fuera así.

-No, pero…

-Es lo mejor, lo más rápido. Marcos y yo podemos ir ahora.

-¿Eduardo? -dije, esperando que de esa mente saliera alguna alternativa que nos permitiera deshacernos de los muertos sin arriesgar nuestras vidas.

-Vale, si no queda otra alternativa -sentenció.

-Vamos -dijo John caminando hacia la puerta.

-¿Marcos? -me llamó cuando estábamos a punto de salir.

-Te veo en unos minutos.

-Vale, John -dije y me giré para mirar a Eduardo-. ¿Qué pasa?

Él me observaba con esos ojos verdes desgastados.

-¿Estás seguro?

-No, pero ¿qué otra alternativa tenemos?

-¿Has pensado en tu hija? -preguntó mirándome a los ojos.

-Es por ella que lo hago -dije al mismo tiempo que me percataba de que nunca había dicho que Claudia no era mi hija; ya no tenía sentido hacerlo.

-Si tan sólo hubiera una forma más segura…

En el silencio pude escucharles… sus gritos de agonía; teníamos que actuar rápido.

-Lo sé, Eduardo -me acerqué y le extendí la mano-. No es tu culpa. Es el mejor plan que se nos ha podido ocurrir.

-Sí, lo es -acotó y estiró su mano.

Nos otorgamos una mirada fugaz y abandoné el piso.

Wednesday 22 August 2012

POST XLVI - ¿Qué tienes en la pierna?


 Iba a abrir la puerta de nuestro piso, cuando todo se tornó negro una vez más, sentí el vacío en mis pies y mi cabeza retumbó contra la madera fría. Fue sólo un segundo. La puerta se abrió rápidamente y allí seguía Laura. Me dijo que me apoyara en ella y me acompaño hasta la cama.

-Estás hecho un desastre -dijo acomodándome la almohada.

Luego, cuando estaba quitándome los zapatos -un regalo de John-, se quedó un rato largo mirándome la pierna; la sostenía, la miraba y palpaba.

-Madre mía, Marcos -exclamó-. ¿Sabes lo que tienes en la pierna?

Negué con la cabeza. Los ojos se me cerraban solos y me costaba mantener la concentración.

-¡Tienes una horquilla para el cabello clavada tres centímetros dentro de tu pierna! –dijo y la extrajo de un tirón.

El alivio que sentí después de que el pequeño “cuchillo” abandonará mi gemelo, me envió del todo al mundo de los sueños.

Desperté hace unos minutos y Laura estaba aún sentada a mi lado en la cama.

-Gracias a Dios -dijo llevándose la mano a la frente-, pensé que te había asesinado después de mi pequeña operación.

Reí y enseguida me di cuenta que mi boca estaba completamente seca.

-Toma -Laura me ofreció un vaso de agua y se puso de pie para marcharse.

-¿Claudia? –pregunté, mientras saboreaba el agua descendiendo por mi garganta.

-Está jugando con Rambo -y no pudo evitar emitir una risita- la niña lleva horas tirándole una pelota de tenis y tu amigo no se cansa de ir a buscarla. En fin, debo irme.

Intenté ponerme de pie para acompañarla hasta la puerta, pero mi cuerpo no aceptaba órdenes.

-Tú descansa -dijo y me cogió la mano un segundo-, la niña no es la única que te necesita -y se marchó.

Aún sigo en la cama. Puedo oír la pelota de tenis botando, las patas de Rambo mientras corre tras ella, y la risa contagiosa de Claudia. Debo levantarme e ir a ver a los demás, a lidiar con los muertos en la carretera. ¡Qué risa más llena de vida! Debo levantarme, debo…

Sunday 19 August 2012

POST XLV - Hecho

Madrid 18 de Diciembre de 2011

00:05

Hecho. Lo primero que debía hacer era asegurarme que mi hija estuviese a salvo, lo cual implica que no tengo tiempo para conflictos adolescentes, ni egos frágiles.

Aún dolorido, me dirigí al piso de Mario.

-Abre la puta puerta -dije mientras la golpeaba con el puño cerrado.

-¿Has venido por más? -el sarcasmo estaba en cada poro de su piel.

Pude ver que dentro de su apartamento estaba ella; Cristina. Como he dicho, no tenía tiempo para niñerías.

-Esto se ha acabado -sentencié dando un paso hacia él.

Mario reaccionó al instante tirando su previsible puñetazo con la mano derecha. Me agaché y, a medida que me ponía de pie, le cogí por los brazos y le propicie un rodillazo en los testículos con todas mis fuerzas. El desdichado se encogió como una araña. Le así por el cuello de la camisa, mi cara casi pegada a la suya.

-No tengo tiempo para tus estupideces. Todos estamos aquí para sobrevivir, nada más. Quienquiera que me impida a mí y a los míos seguir respirando, va a tener problemas conmigo -Mario pestañeaba con cada palabra-. Ahora mismo tú estás en esa lista, por tu bien mejor que te quites de ella; o te quitaré yo.

Le solté y pude oír su cabeza chocar con el suelo de madera. La llama de la única vela encendida, ondeó como una bandera al pasar delante de ella. Cristina seguía sentada en la misma posición que cuando había entrado; no me importó.

POST XLIV - Cómo empezar

Madrid 17 de Diciembre de 2011

22:25

Bueno, en realidad tengo una idea de cómo empezar.

Tuesday 14 August 2012

POST XLIII - ¿Y tú?

Madrid 17 de Diciembre de 2011

22:21

Claudia, soy todo lo que tienes. Si María pudiera verte… te hubiese querido tanto. El nombre Claudia no le hubiese convencido, lo sé. Ella te habría llamado algo como Dafne. Siempre le llamaron la atención los nombres exóticos.

María, te extraño tanto. Las palabras de Claudia me han hecho necesitarte aun más. Y es que las primeras palabras que le he oído decir han sido “Papá”, mi amor. “Papá”, ¿puedes creerlo? ¿Cómo se te hubiese quedado la cara, eh? Ese inmaduro que no es capaz de fregar un plato, que se pasa el día frente a la consola, ahora es: papá… papá.

Y tú, ¿tú dónde estás? Se suponía que lo íbamos a hacer juntos. Se suponía que yo sería el irresponsable y tú me dirías qué estaba haciendo mal. No puedo equivocarme, no sabiendo que tú no estarás allí para decirme en qué me he equivocado. Y es que ahora la vida de una niña depende de mí; la vida de mi hija… de nuestra hija. 

Pero tú ya no estás, y yo no sé cómo voy a hacer para cuidar de ella sin ti.

Saturday 11 August 2012

POST XLII - Orejas de miel


Ahora estoy en mi cama, escribiendo. Cuando desperté la niña estaba a mi lado, con su mirada fija en el lado hinchado de mi cara. No pude evitar sonreír y acariciar su cabello con ternura.

Rambo está al lado de la cama, apuntándome con su hocico; cuando le miro levanta levemente las orejas. Sé lo que está buscando.

-¡Arriba!

El perro amaga con saltar. Me río con fuerza, lo cual provoca un dolor punzante en el costado derecho de mi cara. Decido obviarlo y le doy tres palmadas al colchón. Un lobo gigantesco salta hacia mí y va directamente a por la yugular; pero no con sus dientes, sino con su lengua salivosa. Un ataque de lamidas de proporciones nunca antes vistas. Intento defenderme, pero su hocico siempre encuentra un hueco. Sus patas aplastan selectivamente toda mi humanidad. Decido cambiar las reglas del juego y le cojo el hocico; el cabrón lucha para librarse, lo consigue y entre ladrido y ladrido, repetimos el ritual una y otra vez.

De repente, el sonido de las llaves en la puerta hace que Rambo -como es su costumbre- emule una esfinge. Con sus ojos, uno azul y otro marrón, fijos en la puerta y sus orejas paradas como antenas. Laura y Claudia entran al piso con un plato de, lo que creo que es, ensalada.

Después de cerciorarse de que lo que han traído las mujeres no es de su interés, Rambo reanuda nuestra batalla a muerte. Entre dentellada y lamida, oigo a Claudia reír. Miro a mi izquierda y la veo venir corriendo hacia nosotros. Pega un salto y se sube a mi pecho cuando Rambo empieza a lamer su oreja como si estuviese hecha de miel. La niña me mira con los ojos verdes más grandes del mundo y se ríe una vez más antes de exclamar:

-¡Papá!

Sunday 5 August 2012

POST XLI - ¿Qué habéis hecho?

-¿Qué cojones ha pasado? -preguntó Mario mirándonos a Cristina y a mí; ambos nos quedamos callados.

Nos habíamos reunido todos en el piso de Eduardo, el cual tiene vista a la carretera. El espectáculo era aterrador. La alambrada se mecía de atrás hacia adelante incansablemente, al son de los cientos de infectados que ocupaban todo nuestro campo visual. Abrimos la ventana un instante y tuvimos que cerrarla, ya que el sonido era tal que Rambo no desistía con sus ladridos y no nos permitía pensar, ni formular palabra alguna.

-¿Cómo ha sucedido? -intercedió Eduardo.

-¿Marcos? -preguntó John, buscando la respuesta en mis ojos.

-Estábamos -improvisé- llenando las garrafas con agua, cuando les oímos -miré de reojo a Cristina, buscando su aprobación, pero ésta miraba hacia el frente con la mirada en la nada misma-. Pasaron unos minutos hasta que les vimos; fue entonces cuando comenzamos a correr, tuvimos que deshacernos de las garrafas y aun así, casi no lo logramos.

Observé a la gente a mi alrededor, buscando algún tipo de reacción a mi historia. Eduardo me miraba de brazos cruzados. Laura se frotaba las manos frenéticamente, ajena a mis palabras. Mario estaba de pie, escrutando a Cristina con los ojos semi cerrados y su nariz arrugada. John miraba a través de la ventana, sopesando la situación.

-Lo que no comprendo -continuó Mario-, es cómo se han juntado tantos jodidos muertos al mismo tiempo y cómo han hecho para pillarles tan desprevenidos.

Silencio.

-Me parece que todos aquí nos merecemos la verdad, si no comprenderemos que no se puede confiar en vosotros -hizo una pausa y se dirigió a mí, con sus ojos azules bien abiertos-. Mejor dicho, no podremos confiar en ti. Cristina ha ido a por agua en varias ocasiones y nunca había sucedido algo semejante.

Silencio.

-Pregunto, otra vez, ¿qué cojones habéis hecho para atraer a todos los putos muertos de Madrid?

-¡Estábamos follando! -las palabras de Cristina retumbaron en la habitación.

De repente, noté la incomodidad en el ambiente. Mario sin embargo parecía, además de incomodo, enfadado. Observaba a Cristina, juzgándola, mientras ésta se encogía de hombros. Entonces até cabos; esa extraña relación que no había sido capaz de comprender tuvo sentido.

Ahora era yo quien estaba asqueado, me puse de pie y mientras caminaba en dirección a Mario, le dije:

-Como no le quites tus ojos de encima -apenas unos cinco pasos nos separaban-, te voy a…

Mario se giró y levantó su brazo derecho. Me preparaba para esquivar su puñetazo y luego propiciarle uno en la boca del estomago, cuando sentí un dolor agudo en mi gemelo derecho. Instintivamente mi rodilla cedió, al mismo tiempo que el puño de Mario impactó de lleno en mi mejilla. Vi un destello blanco, luego negro, luego nada.

Saturday 4 August 2012

POST XL - Deshidratados


Después de toda la mierda que he tenido que sobrevivir en los últimos meses, aquel momento a orillas del Manzanares fue lo más hermoso que he vivido durante un largo tiempo.
 
-Eres hermosa -le dije en voz baja.

Ella se rio tímidamente mientras acariciaba mi pecho.

-¿Cómo se llamaba tu pareja?

-Claudio -dijo y pude sentir como el nombre tensaba cada músculo de su cuerpo-. Prefiero no hablar de él ahora; disfrutemos de esto.

Le di un beso en la frente y cuando me disponía, ingenuamente, a cerrar los ojos, les escuché. Por la expresión de Cristina, supe que ella también les había oído.

-Mierda -exclamé-, parecen ser unos cuantos.

-Rápido, llenemos las garrafas con agua lo más pronto que podamos y vayámonos de aquí -dijo poniéndose de pie-. ¡Todo esto es tu culpa!

-¿Mi culpa? Si mal no recuerdo, no era yo quien gritaba como una hiena.

Por un instante me pareció ver en su cara algo similar a una sonrisa, pero luego continuó sumergiendo la garrafa en el río afanosamente. Yo hacia otro tanto; mi pulso podría haber sido el de hombre de ochenta años. Cada vez estaban más cerca. Esa brisa que bañaba el recorrido del río, actuaba de transporte para los gritos agonizantes de los muertos.

-Ya tengo mis dos garrafas, Marcos. Salgamos de aquí, por el amor de dios. Les oigo…

-Sólo me falta llenar ésta -grite ofuscado-. Que, ¿qué pasa ahora?

-Allí están -dijo horrorizada-. Dios, son… incontables, ¿de dónde han salido?

-Ya está -exclamé tapando mi segunda garrafa-. No son los que estaban a nuestra izquierda cuando vinimos, de eso estoy seguro. Estos cabrones vienen del lado contrario. ¡Vamos!

El peso de las garrafas nos ralentizaba el paso. A nuestra mano izquierda teníamos una horda de muertos vivientes que cubría el horizonte. Por suerte, por delante el camino estaba despejado. Pero los hijos de puta avanzaban rápido… muy rápido. Nuestros pasos enviaban centenares de pequeñas rocas a volar, mientras que nuestro sudor caía como lluvia en la tierra.

-¡Más rápido! -insté a Cristina.

-¡Joder, voy lo más rápido que puedo! -me respondió una voz sin aliento.

Las garrafas se movían en nuestras manos como péndulos y nuestros miembros agobiados nos hacían parecer marionetas al correr. Después de lo que podría haber sido una eternidad, llegamos a la autopista y la mandíbula se me cayó por completo; el camino adelante no estaba despejado. Los infectados que habíamos visto atrás eran los últimos de la procesión… los primeros estaban delante de nosotros. Y, apenas nos vieron, comenzaron su carrera caníbal.

-¡Tira las putas garrafas! -dije y solté las mías.

-¿Estás loco…

-Que te deshagas de ellas, joder -exclamé sintiendo la adrenalina en mi cuerpo.

Cristina las dejó caer y el sonido que emitieron al impactar con el suelo hizo que saliera disparado.

-¡Sígueme!

No quedaba otra alternativa, tendríamos que desviarnos un poco e ir hacia el norte; donde había divisado antes a algunos de ellos. Saltar la única sección libre de la alambrada, rogar que ésta les contuviera y correr como demonios hacia la urbanización. Si no lo conseguíamos, íbamos a quedar atrapados entre los dos grupos de infectados, y éstos se comerían el “sándwich” más delicioso de sus putrefactas vidas.

Ya sin las garrafas, nuestros movimientos eran más ágiles. No obstante, el cansancio se había apoderado de nuestros cuerpos y ellos… ellos aparentaban volar. Sus pisadas en el asfalto, eran como martillos en mis oídos. Al llegar a la valla divisoria de hormigón, deberíamos llevarle una ventaja de unos 100 metros. Salté la primera y, cuando me disponía a saltar la segunda, escuché al cuerpo de Cristina impactar contra el suelo. Cuando giré, ya estaba de rodillas.

-¡Vamos!

-No puedo más -apenas podía hablar.

Los muertos empezaban a chocar sus cuerpos contra los coches esparcidos por la carretera; cada golpe asemejaba un trueno. Cada golpe parecía decir “¡corre!”.

-¿Quieres morir? -grité.

-No.

-Entonces -comencé, mientras la agarraba por los hombros y la forzaba a reincorporarse-, salgamos de aquí. No pienso dejarte atrás.

Con mi ayuda, saltó la segunda valla. Ya sólo nos quedaba atravesar una sección de la carretera y la alambrada. Pero, para mi sorpresa, cuando miré a mi izquierda pude distinguir las facciones de nuestros perseguidores; un infectado de aspecto claramente africano iba a la cabeza. Su especie de túnica hondeaba al ritmo de su carrera y su boca ya parecía degustar nuestra carne. Sus ojos blancuzcos estaban fijos en nuestras figuras.

Continuamos nuestra carrera en diagonal hacia la alambrada y, cuando estábamos a unos 50 metros, el otro grupo se percató de nuestra suculenta presencia. Ahora, nos encerraban por ambos lados. Nuestra única esperanza era llegar antes que ellos a la alambrada. Los gemidos que emitían podrían haber superado a los de cualquier campo de fútbol. Recuerdo que cada músculo de mi cuerpo estaba extenuado pero, sin embargo, no cesaban de contraerse, extenderse, contraerse, extenderse…

40 metros: puedo ver sus horribles rostros, tanto a izquierda como a derecha. 30 metros: el africano viene como un misil hacia Cristina. 20 metros: le digo a Cristina que siga corriendo y no mire atrás. 10 metros: veo a Cristina subir la alambrada. Me paro en seco y espero al africano, que ya casi estaba sobre mí. Extiende sus manos y abre aun más su boca enseñándome unos dientes negros, tintados con sangre seca. Le espero. En el último instante me agacho. Cuando está sobre mí, me vuelvo a poner de pie. El africano sale volando por los aires; retomo la carrera.

-¡Marcos! -creo oír a Cristina gritar.

Salto hacia a la alambrada con sus alientos en mi espalda. Comienzo a trepar, uno de ellos me agarra el pie. El cabrón tira con fuerza. Siento un aire caliente en mi pantorrilla, al mismo tiempo que la alambrada comienza a moverse; los muertos ya están aquí. Sacudo el pie con fuerza y siento un pinchazo en mi gemelo derecho. La zapatilla me es arrebatada y, con las fuerzas que me quedan, doy un último salto. Caigo del otro lado y la hierba amortigua mi caída aparatosa. Por un segundo me quedo observando a cientos de caras, todas y cada una de ellas fijadas en mí, gimiendo, gruñendo, protestando por no poder tenerme.


Cristina me ayuda a ponerme de pie y, rengueando, reanudamos la carrera hacia la urbanización cuando creo oír como la alambrada comienza a ceder.